En Escobar de Polendos están los restos de una industria que fue testigo silencioso de una historia y sus gentes
Dicen que «mientras quede el recuerdo no se muere del todo», y eso pasa con las cosas, la gente, los lugares... Lugares que se resisten a morir en el olvido y que siguen escribiendo las páginas de la historia. Uno de estos lugares es el viejo molino de Escobar de Polendos, llevado por los acontecimientos a ser conocido como el Molino Quemado. A poco más de dos kilómetros del pueblo y situado junto al río Polendos, ha sido movido por sus aguas durante siglos, y aunque dejó de trabajar hace sesenta y cuatro años devorado por las llamas, allí siguen sus restos, vestigios de esta industria milenaria y únicos testigos de su final. Su nombre era Molino de los Frailes y fue uno más de los trescientos molinos harineros que se extendían a lo largo de la provincia al pie de los ríos.
No se conoce la fecha en que se construyó el molino, ya que el primer dato documentado aparece en el Catastro del Marqués de la Ensenada (1752), en los libros sobre el Sexmo de Cavezas pertenecientes al lugar de Escobar de Polendos, donde dice que en el pueblo «se halla un molino harinero con dos ruedas, que muele la mitad del año con una y la otra mitad del año a represadas». También lo cita el Diccionario Geográfico de Madoz (1850) y los últimos datos documentados aparecen en el 'Registro fiscal de todos los edificios, solares y demás fincas urbanas' que se encuentra en el Ayuntamiento, en el que menciona que «la superficie total de vivienda, molino y presa es de 312 metros cuadrados» y que la propiedad era «en prohindiviso» una tercera parte de la marquesa de Lozoya. Aparecen también las transmisiones del dominio en los años sucesivos, hasta que en 1919 pasa a Marcos Herrer, su último propietario.
Trágico final
Éste último trabajó el molino hasta 1944 en que un incendio arrasó todo: enseres, cereales y animales domésticos, y resultó doblemente trágico ya que en el interior pereció la persona que se encontraba al cuidado del molino y los animales, León Abad, conocido como 'el tío León'. Sucedió, según cuenta un nieto del señor Marcos, la noche del 15 de agosto, cuando sus abuelos se encontraban en el pueblo, ya que era la fiesta y casualmente ese año eran mayordomos. Un vecino de Escobar, José González, recuerda que él fue quien con un carro llevó la bomba de agua desde Mozoncillo para intentar sofocar el fuego, aunque finalmente no se pudo salvar nada.
La prensa publicó la noticia el 17 de agosto, según la cual las pérdidas ascendieron a unas 80.000 pesetas, una fortuna en aquella época. Tan sólo se pudo rescatar la piedra de moler, que el hijo del señor Marcos, Feliciano, colocó en el nuevo molino que construyó después en el pueblo.
Nunca se supo la verdad de lo sucedido, y aunque se cree que fue intencionado, como así manifestaban algunos indicios, nunca pudieron encontrar pruebas que inculparan a nadie y el caso se archivó. Tan sólo aquellas paredes hoy derruidas saben lo que ocurrió esa noche. Allí siguen de pie, como negándose a caer, las gruesas paredes de la casa con sus vigas quemadas, el cárcamo, la presa... Allí, entre los restos, cerrando los ojos, se puede escuchar el silencio, y casi todavía la brisa trae un olor a cenizas...
No hay comentarios:
Publicar un comentario